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DEVOCIONALES

Aferrados
“... Levantaos, vamos de aquí. Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador” (Juan 14:31–15:1).
Lecturas adicionales: Salmos 80:8-9; 14-15; Mateo 17:5-7; Marcos 11:13-14; Efesios 5:18; Santiago 5:7-8.

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¿Cómo puedo aplicar estos principios a mi vida?

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Jesús está camino al huerto de los Olivos habiendo celebrado la “última cena” y establecido la “santa cena”. Levantó la copa de vino, diciendo: “... Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados. Y os digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre” (Mateo 26:27-29). La figura implícita es beber de Él, la “vid verdadera”.

Camino al huerto de Getsemaní, Jesús, posiblemente ve una vid y les da una enseñanza por medio de una parábola. Él explica la razón por la que es la fuente de la vida, la fuente del vino verdadero: “esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados”. Él es “la vid verdadera”.

Jesús es la vida, la “planta” que fructifica abundantemente a quien Él posea.

Él no está solo, su “Padre es el labrador”. Él cuida de Jesús de una forma especial, lo hizo mientras Jesús vivió como nosotros: “Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres” (Lucas 2:52). El Padre no sólo cuida la vid (Jesús), también cuida a los pámpanos. El Padre es el labrador de nuestra vida.

Si hemos de ser como Jesús debemos decidir de una vez y para siempre, nunca me “desarraigaré” de Él. Estaré siempre, siempre ligado a la “vid verdadera” (Jesús). Fuera de Él no hallaremos vida.Todo nuestro sustento, nuestro conocimiento y sabiduría, nuestra “savia” debe provenir de Él.
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