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DEVOCIONALES

¡Sin excusa!
“Si yo no hubiera venido, ni les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa por su pecado. El que me aborrece a mí, también a mi Padre aborrece. Si yo no hubiese hecho entre ellos obras que ningún otro ha hecho, no tendrían pecado; pero ahora han visto y han aborrecido a mí y a mi Padre” (Juan 15:22-24).
Lecturas adicionales: 2 Corintios 4:3-6; Hebreos 10:26-28; 1 Pedro 4:13-15.

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Jesús está camino a Getsemaní y les presenta las hermosas enseñanzas de Juan 15.

Ya se están acercando a Getsemaní y les anticipa las razones por las que lo crucificarán: “no tienen excusa por su pecado. El que me aborrece a mí, también a mi Padre aborrece”.

Cuando alguien no reconoce a Dios ni a Jesús, es por su pecado. La presencia de Dios, de Jesús y su Palabra, trae convicción de pecado, angustia y falta de paz.

Por esa razón muchos prefieren odiar a Dios, tratar de ignorarlo: “El que me aborrece a mí, también a mi Padre aborrece. Si yo no hubiese hecho entre ellos obras que ningún otro ha hecho, no tendrían pecado; pero ahora han visto y han aborrecido a mí y a mi Padre”.

¿En dónde encajamos nosotros ante el pecado de otros y el rechazo a Jesús y el Padre? “Mas todo esto os harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado”. ¡Tendremos persecución! No hay manera de evitarlo.

Sin embargo, estas personas están bajo condenación y no tienen excusa. Pero, nuestro testimonio juega un papel importante para que ellos se acerquen a Cristo. “Y Saulo consentía en su muerte. En aquel día hubo una gran persecución contra la iglesia que estaba en Jerusalén; y todos fueron esparcidos por las tierras de Judea y de Samaria, salvo los apóstoles. Y hombres piadosos llevaron a enterrar a Esteban, e hicieron gran llanto sobre él. Y Saulo asolaba la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a hombres y a mujeres, y los entregaba en la cárcel” (Hechos 8:1-3).
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