El cambio es inevitable: “Y murió José… y toda aquella generación”. Ahora había “un nuevo rey que no conocía a José”. Para el pueblo de Israel las circunstancias ahora no son favorables. Nunca dependamos de las glorias ni del pasado ni del presente. ¡Los tiempos cambian, y cambian continuamente!
No siempre las circunstancias estarán a nuestro favor, pero Dios sí. Aún cuando las personas no estén en la voluntad de Dios y reciban las consecuencias debidas a su pecado, ¡Dios siempre nos está buscando, Él está a nuestro favor! Él siempre será el Rey, Él nunca cambia. Recordemos que todas las cosas nos ayudan a bien a los que amamos a Dios.
No pongamos nuestra esperanza o ilusiones en nuestra posición social, económica, educati va, en el gobierno de turno; ¡siempre hay cambios! Nadie tiene garantizado nada. Nuestra única garantía es Dios, su amor derramado en la cruz a través de Jesucristo, y el acompañamiento continuo del Espíritu Santo.
Nuestro enfoque diario, momento a momento, debe estar en Cristo. La clave es seguirlo, independientemente de las circunstancias y los cambios que la vida nos traiga en el momento. Tratemos siempre de mejorar en todo sin depender de lo que logramos.
“... Corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante” (Hebreos 12:1). “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:13-14).
Estemos preparados para los cambios. No sabemos cuándo vendrán. Mi oración es que confiemos sólo en Dios, sean buenos o malos los cambios.